Por: Cintia Fabiola Figueredo Quisbert
- A modo de presentación
Durante los últimos años, paulatinamente, se va olvidando que, en la cultura aymara, existen seres que infunden terror a sus infortunados observadores. Éstos, se sitúan en espacios urbanos y rurales de nuestra ciudad y del área andina de Bolivia, forman parte de nuestro espacio y tiempo.
Es poca la atención que se ha brindado al estudio de estos personajes en temas de investigación. Sin embargo, existen trabajos muy interesantes de Gerardo Fernández y Alison Spedding, quienes, desde la antropología y sociología; respectivamente, han tratado de describir la relación de estos seres con las personas y su simbología cultural.
Los textos precedentes establecen que existe una variedad de personajes. Éstos varían de acuerdo a las poblaciones en las que habitan y se manifiestan, siendo el más conocido: el «saxra», asociado al tío de la mina, seguido del «anchanchu», «miqala», «antawalla», «jampiñuñu», «lari lari», «qati qati», «ñanqa» y «chañuchicu» (que es un aporte de una investigación personal a este ensayo).
Los relatos orales sobre el encuentro con alguno de estos personajes resaltan que los mismos aparecen de forma personal; es decir, jamás aparecen ante grupos numerosos de personas y, además, en lugares y horas específicas en las que se manifiestan.
Su existencia se evidencia en las crónicas coloniales y, desde entonces, los relatos sobre su presencia se han transmitido oralmente de generación en generación, llegando hasta hoy. En la actualidad, su transmisión se ve amenazada por los procesos de alineación cultural.
En este entendido, y tomando como referencia el trabajo del autor de la saga del Señor de los anillos, JRR Tolkien, quien, para construir su obra, indagó sobre relatos folclóricos del norte de Europa y muchos de ellos fueron su inspiración para crear personajes como los hobbits, elfos, etcétera, ¿por qué no podríamos hacer lo mismo con nuestros personajes y mitología locales?
En la cosmovisión andina, la comprensión del cosmos se ha dividido en tres categorías: «Alax pacha», «Aka pacha» y «Ukhupacha» o «manqapacha», muy debatidas y cuestionadas porque se asimilan a las categorías cristianas de cielo, purgatorio e infierno; sin embargo, sirven para comprender cómo se ha ubicado la existencia de estos seres.
Según Spedding, al situarlos en el «Manqa pacha», se los asoció con demonios o diablos atribuyéndoles un valor peyorativo; esta situación responde a la lógica de la extirpación de idolatrías iniciada durante la época colonial, pero en el pensamiento aymara: «(l)os seres tutelares del altiplano no presentan criterios de comportamiento de corte maniqueo, siempre buenos o siempre malos; su implicación con los seres humanos, depende de múltiples circunstancias de su propio capricho» (Fernandez, 1998). Es decir, que catalogarlos como seres demoniacos no nos sirve para comprender su dimensión sobre existencia auténtica.
Categorizarlos como espíritus tampoco permite valorar su verdadera dimensión, ya que el concepto de espíritu se entiende como aquello separado o contrario a lo material y estos seres tienen materialidad, pues interactúan con las personas, se hacen ver, tocan, arrojan objetos y hablan.
«Malignos» es la categoría que usa Spedding para agrupar a estos seres y atribuye su diversidad de nombres y manifestación material al hecho de que ellos aparecen adaptándose al carácter de las personas, toman una forma atractiva para cada persona (Spedding, Religion en Los Andes, estirpación de idolatrias y modernidad de la fe andina, 2008). Por ello, tratar de estandarizar su aspecto, comportamiento y formas de manifestarse también es forzar la comprensión de su esencia.
Este ensayo se delimitará a describir y brindar algunas reflexiones teóricas sobre el «anchanchu» y «chañuchicu», basados en fuentes escritas sobre investigaciones previas y sobre relatos de algunos informantes de la población de Yaco del departamento de La Paz.
- Anchanchu
La imagen con la que se ha descrito al «anchanchu» presenta características comunes, pero no se debe pasar por alto la peculiaridad de estos seres cuya manifestación se acomoda al carácter de la persona con la cual interactúan. Spedding afirma que se ha intentado antropomorfizar la imagen de estos seres, describiéndolos «… como un viejo enano maligno que lleva un casco de hierro, una armadura y los arreos de un antiguo solado español» (Spedding, 2004). De ahí su relación y aparición en sitios de actividad minera.
Según Rigoberto Paredes: «Al anchanchu, lo pintan como a un viejecito enano, barrigón calvo de cabeza grande y desproporcionada al cuerpo, con rostro socarrón y dotada de una sonrisa fascinadora. Dicen que viste telas recamadas de oro, que lleva en la cabeza un sombrero de plata de copa baja y ancha falda, que mora en las cuevas, en el fondo de los ríos, en edificios ruinosos y abandonados; allí donde las gentes no se aproximan sino pocas veces o residen por cortas temporadas» (Paredes, 1976). Su interacción con quien lo ve sería negativa:
«El Anchanchu y atrae a sus víctimas con sus zalamerías y las recibe regocijando y ansioso; y cuando adormecido se halla el huésped con tanto halago castiga su incauta confianza dándole muerte o inoculándose en el cuerpo una grave enfermedad». (Paredes, 1976)
Gerardo Fernández realiza otra interpretación sobre el «Anchanchu», haciendo una relación de oposición con respecto al «Iqiqu» (ekeko):
“El relato sobre los dos enanos maléficos en tanto en cuanto poseedores de riqueza y mineral en el altiplano, ya sea oro vivo en el caso de anchanchu en el dominio rural, o la plata en moneda, caso del iqiqu, bien indispensable en el contexto urbano”. (Fernandez, 1998)
El autor relaciona a estos dos enanos maléficos, como él los llama «hermanastros». Uno poseedor de «oro vivo», que haría referencia al oro de la época precolonial y simbolizaría prestigio social, progreso y la plata en moneda del iqiqu (ekeko), que hace referencia el dinero y los bienes materiales que se solicitan en la famosa fiesta paceña de Alasitas. Lo que se rescata del autor es el manifiesto de que son comunes los relatos de seres enanos en la región del altiplano.
El personaje que se describirá a continuación también encaja con la peculiaridad de manifestarse como un ser de baja estatura.
- Ch´añu ch’ikhu
Es un ser enano y antropomorfizado al igual que el «Anchanchu», con la particularidad de que este presenta una cabeza de chancho, lo que le otorga una apariencia mitad humana y mitad animal, y viste con ropas viejas y desgastadas. Los relatos sobre su existencia fueron recogidos en la capital del municipio de Yaco; así mismo, se ha encontrado referencias de él en poblaciones del municipio de Luribay que son colindantes con la población de Yaco. Estas zonas se caracterizan geográficamente por ser cabeceras de valle, hallándose entre sus paisajes múltiples quebradas, mayor vegetación y clima templado con respecto al altiplano.
Según el diccionario de Felix Layme, su nombre tendría el siguiente significado:
Ch’añu: adjetivo, gris cuerpo u objeto lleno de manchitas muy menudas. (Layme, 1997)
Ch’ikhu: «uqi». Adjetivo, color plomo obscuro, gris, grisáceo, plomo. Ñanqa, sirina, fantasma, espectro, visión quimérica. (Layme, 1997)
Podemos deducir que «ch’añu ch’ikhu» es un ser de carácter negativo de apariencia ploma o gris, su nombre haría referencia al color de su aspecto más que a su forma misma. La característica de «ñanqha» que el diccionario relaciona con la palabra «ch’íkhu» hace referencia a su carácter rencoroso y vengativo, ya que la palabra «ñanqha» es un sustantivo que denota rencor y resentimiento; propenso a lo malo, perverso o sinónimo de maldad.
A diferencia del «anchanchu», el «ch’añu ch’ikhu» no es portador de ningún tipo de riqueza (oro) y su aparición es altamente negativa para la persona que se encuentra con él. Este insulta, arroja piedras, se monta en bicicletas y causa la muerte de su víctima días después de su encuentro, porque la persona enferma; sin embargo, es posible neutralizar los efectos negativos del «ch’añu ch’ikhu» sobre la salud de la persona, siempre y cuando el sujeto ignore totalmente a este ser en el momento de su aparición. Y es posible hacer esto ya que, como se había indicado anteriormente, estos seres hacen apariciones en sitios y horas específicas. Los pobladores de Yaco conocen los lugares de aparición frecuente de este ser y, por ende, tratan de evitar caminar solos por esos sitios.
El mal que el «ch’añu ch’ikhu» provoca no es de índole físico, sino tiene que ver con el ajayu, el cual puede ser entendido como ánimo o la energía vital de cada persona. Su aparición puede suceder en cualquier momento del año y todos están expuestos a verlo; no importa el género y la edad. Por los relatos recogidos, este ser sería nativo de la región de las cabeceras de valle del altiplano de La Paz, ya que no se ha podido evidenciar relatos en otras regiones del departamento; no encontramos referencias precisas sobre su nombre en crónicas coloniales, ni en el texto de Rigoberto Paredes de 1976, por lo que se asume que su existencia es más local y geográficamente restringida.
El área rural de nuestro departamento no sería el único escenario de aparición de los personajes descritos, sino, igualmente, el paisaje urbano de la ciudad de La Paz también ha sido testigo de su existencia. Resulta interesante descubrir que estos seres también se recrean en el imaginario colectivo de los habitantes de nuestra urbe, así lo muestra la película “«El Averno», estrenada en 2017; en la que estos seres son parte de la gama de personajes y de la trama fantástica de sucesos en una noche en el centro de esta ciudad. El director del filme, Marcos Loayza, en una entrevista al periódico La Razón comenta, de forma sencilla, cuál fue su inspiración para realizar esta producción cinematográfica:
«Suceden muchas cosas en la noche paceña, pero no es solo la joda, la farra, sino que suceden cosas, esta es una ciudad que de noche tiene una impronta distinta y de día es otra. Esta ciudad tiene una manera de no dormir las 24 horas».
Tal como sucede en la película «El Averno» (el «anchanchu» y el «lari lari» interactúan con el personaje principal de la película), muchos de los que han leído este artículo identificarán momentos en los que posiblemente, sin dar relevancia al asunto, han tenido la suerte o el infortunio de encontrarse con un «anchanchu» en una de las tantas noches que transitan por los parajes de esta ciudad.
Bibliografía
Fernandez, J. G. (1998). Iqiqu y anchanchu : enanos, demonios y metales en el altiplano. Journal de la Societé des américanistes, 147-166.
Layme, P. F. (1997). Diccionario Aymara-castellano, castellano-aymara. La Paz: Secretaria Nacional de Educación Bolivia.
Paredes, M. R. (1976). Mitos, superticiones y supervivencias populares de Bolivia. La Paz: Biblioteca del Sesquicentenario de la Republica. Bolivia.
Spedding, A. (2004). Gracias a Dios y a los Achachilas ensayos de sociología de la religión en los andes. La Paz: ISEAT, Plural editores.
Spedding, A. (2008). Religion en Los Andes, estirpación de idolatrias y modernidad de la fe andina. La Paz: ISEAT.
[1] Lugar ubicado en las laderas del rio del pueblo de Yaco, se caracteriza por la presencia de 2 cuevas de mediana dimensión.
[2] Lugar situado en una de las calles del pueblo de Yaco.
[3] Según el diccionario de Felix Layme yatiri es el que sabe o suele saber, persona que ha adquirido poderes gracias a la energía del rayo, que conoce el espacio-tiempo por medio de la coca y suele hacer ofrendas y ritos a los dioses.