Gonzalo López Muñoz
HACE VEINTIUN AÑOS (esta entrevista se publicó en el año 1986, pero fue realizada en 1965) el periodista Gonzalo López Muñoz tuvo esta extraordinaria entrevista a Jaime Sáenz; extrañamente, este diálogo no tuvo difusión oportuna. “PRESENCIA LITERARIA” tiene el agrado de publicarla:
EN ESTA TIERRA de amautas, nieves, transparencias y sangre, la gente de vez en cuando alcanza dimensiones extraordinarias: ondulando invisiblemente, entre luces y sombras, como reptiles celestes en la aglomeración espesa, sobreviviendo con una endemoniada molestia, luciendo en el pecho y en el alma el sello a fuego de la categoría de los genios, Jaime Sáenz es uno de ellos.
Profundo como raíces de un alma atormentada, Sáenz en sin duda el más grande poeta boliviano. Enigmático y contradictorio, tiene en sus manos la ternura que acaricia la negra cabellera de los niños y que comparte un mendrugo de pan con un mendigo. “ESTO ES” tuvo el privilegio de estar con él, que está tan arriba como un César Vallejo y que vive orgullosamente, ignorando el sitial que ocupa en la humanística de América.
Comenzamos a conversar con él en el lenguaje suave a que su voz invita, mientras dibuja sobre un papel, con un lápiz negro, enmarañadas líneas que luego le robaremos hábilmente.
-Lo que generalmente se designa como poesía es sólo una forma de literatura. En realidad, poesía es toda creación artística, tal como lo delata su raíz griega. Por ejemplo, toda gran novela es poesía. Poesía es también el Moisés de Miguel Ángel.
-¿Cómo podría definirse la “creación artística”?
Nuestra pregunta parece disgustarle en poco. Él no se siente quién para recitar definiciones. Pero nuestra insistencia logra una respuesta.
-Es una síntesis, a menudo dolorosa, en la que se reúnen grandes atributos del espíritu y de la elevación del alma.
Dios brilla en sus ojos cuando habla, Sáenz parece por momentos, un iluminado. Sostenemos sin mayor gracia que Dios también es un Creador.
-Sí, contesta, el Grande, el Único, el Gigantesco Creador de todo, Creador de nosotros, que seguimos sus pasos, con humildad, infinita, creando siempre, infatigable, irremediablemente.
A modo de comentario apuntamos que, sin embargo, hay artistas que no creen en Dios. Que lo niegan. Y responde con energía:
-No tiene nada que ver. Negar a Dios no significa destruirlo.
-¿Entonces, para usted, Jaime, no hay duda ninguna que Dios existe?
-Con el más apabullante poderío y las más ineludible de las presencias! contesta
Nos mira un instante, sus manos continúan esos enredos que enigmatizan las páginas de sus libros de magia. Y dice lentamente con un tono contradictorio, ente infantil y dogmático.
-Yo, soy un profundamente creyente. Soy un místico. Si no, no sería nadie ni podría ser lo que soy. En toda mi obra hay una fuerza mística. Véase, si no, mi “Muerte por el Tacto”. Allí, la poética es una suerte de enigma, es una cosa hermética que me viene de Dios.
-Pero Jaime corre usted el riesgo de terminar confesando que no es usted más que un “médium”, le decimos.
La respuesta es inmediata, fluida y suave:
-Un médium no es nunca un creador. Jamás podría serlo. Cuando digo que “Muerte por el Tacto” es hermética, lo digo en cuanto a símbolos. A los que allí están encerrados.
-Pero esos símbolos, Jaime, ¿no pueden explicarse más claramente?
-Claro, que pueden, precisamente esos símbolos están desplegados, movilizando todos los elementos poéticos del hermetismo de mi “Muerte por el Tacto”, en mi próxima novela que se llama Felipe Delgado (Saénz trabaja hace 7 años y medio, sin interrupción, en su novela, y cree que hasta fines de año podrá terminarla).
Hablamos, pues, de la novela. Él recuerda que la primera gran novela que leyó fue “El Crimen y el Castigo” de Fedor Dostoievski, pero cita casi de inmediato a “Los Hermanos Karamasov”, “Madame Bovary”. “La Montaña Mágica” y añade:
-Insisto en que la novela, la grande, no es más que poesía, la forma más universal y humana de la poesía.
Pensamos, sin interrumpirlo, que Jaime Sáenz es más “poeta” que novelista, pero que parece ser, o querer ser dentro de él, más novelista que “poeta”. Tímidamente sondeamos las influencias que pudiera haber recibido en su vida de profundo creador. Su contestación es dicha con franqueza de un martillo forrado en seda que tiene para volcar, desde muy hondo, su sinceridad sin descaro:
Nadie puede negar influencias, dice. De los grandes maestros del paisaje, de la tierra, del dolor. Nadie es original. Lo que sucede es que hay modos y modos de recibir esas influencias.
-Suponemos que la influencia llega a unos como el conquistador que absorbe y asimila al conquistado, y a otros como…
-Exacto, nos interrumpe. Exacto, exacto. Pero en otros, la influencia es asimilada por el que recibe, entonces la elabora y la vuelve fértil y factor de creación.
-En mi juventud además de leer a Dostoyevski, me sentí deslumbrado por Tamayo. Era y sigue siendo mi ídolo. Algún día comprenderán en Bolivia y en el mundo quien fue Tamayo. (La melancolía da rienda suelta a su desengaño. Sin criticar a nadie, sin quejarse, se conduele de que el patrimonio de Tamayo no sea cuidado ni valorado por nadie en este país).
-Su casa, que debía ser un santuario, dice, ha sido comprada por una compañía comercial. De una casa solariega que era, ha sido convertida en un conventillo y será luego una tienda. Fría y Mercantil. No será el templo sagrado al que debería ir los bolivianos con místico respeto. Y qué decir de sus libros. Desperdigados, de su viejo y aristocrático automóvil, de su piano:
Pero Jaime Saénz se concentra nuevamente, y mirándonos a los ojos, con su brillo infernal, y su sonrisa que se acomoda en la comisura de sus labios nos dice.
-Pero queda su obra.
Hablamos de Tamayo. Él lo conoció y lo recuerda con ternura.
-Es un genio en toda la acepción de la palabra.
Cambiamos un poco de tema, respetuosos, para no despertar tristes recuerdos en este otro genio no valorado que es Jaime Saénz. Sin saber bien de que hablar le preguntamos si no hay incompatibilidad entre el periodismo del que él vive y su calidad de escritor. Contesta:
-Guay del que pierda el contacto con la realidad! Debe mantenerlo a toda costa, para sacar de ella la gran poesía, en gran canto a la vida. De la propia realidad, fluye la otra, la mágica, que al mismo tiempo, es satánica y divina.
Llegando al tema de la realidad, le llevamos hacia el de su generación.
-Mi generación está frustrada, dice. Me apena mucho, me siento desgraciado por ello. Es una lástima, pero tantos valores han claudicado, se han rendido ante la pequeña tentación del vivir cómodo. Han dejado de ser lo que eran, han dejado de hacer lo que tenían que hacer.
Y luego de meditar, muy dentro de si mismo, con voz casi inaudible sostiene:
-Hay que ser lo que se es, a toda costa, a cualquier precio. Por nada del mundo hay que abandonarse. Yo me siento a mis anchas, sin embargo, con la gente en general, sean o no de mi generación. Pero en especial esos seres perdidos, con los que pueblan las bodegas y las tabernas, los que no ponen le pequeña comodidad, la mezquindad, por encima de su alma.
Vuelve a meditar, y como hablando de sí mismo agrega:
–Es gente que ha tenido el coraje de cortar amarras, de quemar buques. Además, son mis contemporáneos en el espacio. Ellos están en la totalidad más absoluta. Comprenden que hay cosas que son más importantes que la vida misma.
Y nos recuerda una frase de Colón:
“NECESARIO ES NAVEGAR: VIVIR NO ES NECESARIO”
He ahí, dice, una totalidad espeluznante, que nos agobia, cuando tratamos de eludirla.
La conversación sigue por esos caminos, y de repente sentimos como la necesidad de hablar del centro mismo de lo demoníaco. La voz de Sáenz está ya como introduciendo a Satanás. Al fin, aparece, sin fuegos azules ni azufres malolientes. Decimos:
-Jaime ¿cree usted en el Demonio?
-Desde luego. Y creo además en la fecunda utilidad de Satanás, el Diablo o Belcebú. Muchos que creen en él, piensan que es un espíritu negativo. No lo es en absoluto. La Fuerza demoníaca es creadora, profundamente creadora y constructiva, porque está polarizada con Dios.
– ¿Cree usted entonces que tenemos razón cuando afirmamos que: “El Diablo es el otro Yo de Dios”? Preguntamos.
Jaime Sáenz sonríe largamente. Le gusta la definición. Y nos dice:
¡Es un bellísimo concepto, y tan ajustado a la realidad! Y añade: Lo satánico tiene tanta vigencia vital como lo divino.
Pero abandonamos la infernal coyunda para charlar de otro tema. Inquirimos sobre su grado de raíz o integridad “occidental” y le preguntamos además, sobre la inevitable influencia del Oriente eterno sobre los sabios del Occidente arrollador.
La sabiduría oriental es una luz muy alta. Allí se nutren todos, afirma. La salvación está en el misticismo.
Reconoce, sin embargo, que el espíritu está a salvo apenas en contados hombres de Occidente, y que todavía no es un río, que libere con sus aguas a las masas humanas sumidas en la ignorancia.
-¿Llegará el día en que ese río corra?
Preguntamos:
-Desde luego
-Pero después de cientos de años
-¿Qué significa sus fugaces cientos de años? El día llegará.
Yo soy, dice, un hombre con Fe.
Le decimos, con alguna ironía saludable:
-Usted, Jaime, hubiera sido un buen sacerdote.
-Creo que sí.
-Tal vez un Rasputin…
-Tal vez. Pero probablemente hubiera sido también un eremita. Tal vez.
-¿Nunca ha sentido usted una nostalgia de algo que pudo ser y no fue?
-Nunca. No me cambiaría con nadie.
-Entonces ¿es usted feliz?
-En ese sentido, si
-Pero ¿es necesaria la felicidad?
-La felicidad consiste en ser lo que es. Pero no solo en conformarse con ser lo que es. En serlo.
-¿Le duela o no?
-Le duela o no.
Lo miramos y sentimos dentro de él esa mezcla infernal que tienen unos pocos. Nos imaginamos que dentro de él vive un gran sufrimiento. Nos devuelve tristemente, la mirada, y afirma sin embargo con firmeza:
-Hay que ser muy humilde. Y muy orgulloso. Y haber sufrido mucho. Y agrega: no hay, sin embargo, ninguna contradicción. Hay que ser muy humilde para vivir el ansia de ser fiel a uno mismo, a la verdad, a lo que cada uno de nosotros somos. Y ese orgullo, satánico, consiste precisamente en sostenerse en lo que uno es, sin cambiarse nunca ni por nada ni por nadie. Y todo ello requiere sacrificio, produce el desgarro del verdadero sufrimiento.
Se calla un buen rato.
Habla para sí mismo:
-Sin embargo, yo muchas veces hubiera dejado de escribir. El confort, esas idiotas comodidades de la vida y de la técnica, las fruiciones del dinero, son una permanente tentación. Pero no son el Diablo. No son jamás positivas, sino profundamente negativas. El confort, concluye, es un diablo intrascendente en realidad, ¡un pobre diablo!
El 21 de septiembre de 1986, en el suplemento PRESENCIA LITERARIA, del periódico PRESENCIA, se difunde esta entrevista a Jaime Sáenz